Lo que el día le debe a la noche.





De esa oscura trayectoria
por espacios misteriosos;
por entre sombras confusas
de retorcidas pasiones
y embelesadas miradas
que descifran lo profundo,
pretenden dar con la chispa,
genuina y fundadora,
que emerge desde el abismo
y les libera del miedo.

Reconocen su presencia
y, aunque oculta y recelosa,
es evidente que avisa
y sirve de precedente
a los futuros destellos
que anuncia con sus pulsiones.

De ese caldo de cultivo,
de esa amorfa coyuntura,
nos llegan ecos rocosos;
ya sean graves o estridentes;
que chocan de forma abrupta
hasta crear sinfonías
de cadencia indescifrable
y sordas evoluciones.

Solidez incorruptible y,
a la vez incuestionable
donde todo se pondera
en función a la secuencia
de ese poder que gravita
por espacios infinitos
y tiempos inabarcables,
reflejando, únicamente,
una perpetua negrura.

Y… de ese ente uniforme
de tentáculos punzantes
consigue huir la esperanza
y fundar nuevas colonias
lejos del vil embrujo
que fagocita opiniones
y regurgita simientes
que dejan yermo el paisaje.

Desde ese pozo agobiante,
desde esa sima apestosa,
llega hasta mi la certeza
de un renacer refulgente
que, entre tanta podredumbre
y tanta abyecta bajeza,
hace notar su pureza
más luminosa si cabe.



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