El legado de Alan.



El próximo 23 de junio se conmemorará el primer centenario del nacimiento de Alan Turing, científico británico considerado por muchos como el padre la informática. A él le debemos muchos de los conceptos que conforman las bases de los sistemas computerizados que, a día de hoy, nos resultan tan comunes.

Sus revolucionarias ideas resultaron de enorme ayuda para Inglaterra durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial ya que, en gran medida, gracias a su trabajo, fue posible descifrar los códigos de la máquina “enigma” que los alemanes empleaban para encriptar sus mensajes. Este descubrimiento no solo supuso una inestimable ventaja para la causa de los aliados durante el conflicto, si no que, además, abrió las puertas a un nuevo conocimiento y permitió el desarrollo de una tecnología que, desde entonces, no ha dejado de avanzar.

Todos esos “aparatitos” electrónicos que pueblan nuestras vidas serían impensables de no haber sido por la agudeza de este hombre que, como buen visionario, ya advirtió en su momento sobre la enorme utilidad que tendrían aquellas ideas si eran bien empleadas y los riesgos que correríamos si las usábamos de forma irresponsable. La vigencia de este razonamiento es más que evidente en los tiempos que corren.

Las nuevas tecnologías pueden facilitarnos muchísimo las cosas. En mi caso concreto han supuesto una ayuda indispensable sin la cual no hubieran sido posibles muchos de los acontecimientos de mi historia más reciente. Como herramienta, su utilidad es innegable y, en buena lógica, rechazar los beneficios que es capaz de aportar no sería razonable.

Pero, como suele suceder con todas las cosas, tampoco conviene abusar. Cuando hacemos que un medio se transforme en un fin en si mismo nos olvidamos de los fundamentos que nos impulsaron a hacer uso de ese medio y, lo que antes eran una ventaja de cara a conseguir un objetivo, pasa a convertirse en un inconveniente.

Y que decir cuando, sencillamente, la herramienta se convierte en nuestra obsesión y pasa a absorber todo nuestro tiempo y nuestra energía. ¿Qué sentido tiene dejarse vampirizar por una máquina cuando las únicas emociones que nos va a poder transmitir serán artificiales, prefabricadas? ¿Dónde está la recompensa entonces? ¿Dónde está la utilidad?

Usemos con mesura y buen criterio el espectacular legado de Alan Turing. Honrémosle, más si cabe, teniendo en cuenta el poco provecho que pudo extraer de él ya que, su historia, tubo un más que trágico final.

En 1952 fue acusado de practicar la homosexualidad a raíz de unas investigaciones que tenían como objeto aclarar un robo del que él mismo había siso objeto. Durante el proceso, fiel a su condición, reconoció los cargos por “indecencia grave y perversión sexual”  (en las leyes del Reino Unido se tipificaban como delito por aquel entonces) y fue condenado por ello. Se le dio a escoger entre cumplir una pena de cárcel o someterse a un tratamiento farmacológico experimental que, se suponía, serviría para curarle las desviaciones morales que padecía. Alan se decantó por la segunda opción, lo cual le acarrearía graves secuelas físicas y psicológicas.

Ese fue el modo en que el Imperio Británico pagó a este hombre por los inestimables servicios que había prestado; sumándose así a la interminable lista de ejemplos donde la fuerza de unas convicciones mojigatas y retrógradas pesan mucho más que el talento y la amplitud de miras.


Finalmente, el 7 de junio de 1954, Alan Turing falleció (no se sabe muy bien en qué circunstancias) tras ingerir parte de una manzana que contenía restos de cianuro. Hay quien ve en este hecho el origen del conocido logotipo de la empresa Apple. Las coincidencias de que se tratara de una manzana, que apareciera con un bocado (Alan no llego a comérsela del todo) y que, en sus inicios, el mencionado logo mostrara los colores del arco iris (emblema del movimiento gay), han dando lugar a pensar que se trataba de un homenaje hacia la figura del creador de la informática. No obstante, Steven Jobs, cofundador de la compañía, siempre negó este hecho achacándolo a una mera coincidencia.

¿Quién sabe?




Comentarios

  1. Mucho tengo que agraedecer a los medios que hoy me permiten disfrutar de Ti, porque sin ellos, aunque quien sabe, seguramente no podria estar hoy en el lugar donde me encuentro....pero aunque me reconozco una viciosilla de esos medios, tambien se que me encanta olvidarme de ellos y disfrutar de muchas cosas que hay que nada con esto tiene que ver...

    Un buen paseo de Tu mano, la lectura de un libro, una preciosa cancion, despertar y quedarme a Tu lado observandote, el mar, la brisa, ains....

    Cada cosa en su momento, ni negarnos a ello ni obsesionarnos....

    Gracias por los momentos que ahora vivo...ains

    Besitos

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  2. Precisamente, mi dulce sierva, adaptarse a lo nuevo no tiene porqué significar el abandono de aquello que, durante mucho tiempo, a demostrado su valía, ni tampoco arrinconar o despreciar aquellas cosas que nos aportan otras experiencias.

    Un beso y un azote.

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